Los presos de granada que preparan tartas y adecentan jardines | ideal

Jueves, 22 de mayo 2025, 00:19 Comenta Compartir Francisco Javier corta con destreza una rosa del jardín y se dirige a una de las trabajadoras con las que más confianza tiene. «¿Puedo

regalársela?», pregunta con timidez. Ella le responde un rotundo 'por supuesto' y recibe la flor acompañada de una advertencia, la de tener cuidado con las espinas. Ambos sonríen y

siguen su rutina. La de ella, comprobar que todo está en orden en el centro penitenciario de Albolote. La de él, que los días pasen lo más rápido posible y, mientras, enriquecerse lo máximo

posible mientras cumple condena. La cárcel, bajo la gestión del Ministerio del Interior, a través de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, tiene como objetivo no solo

custodiar a los internos, sino también ofrecerles herramientas que faciliten su reinserción en la sociedad. Son dos las actividades principales. Por un lado, las laborales, con talleres

productivos en los que los internos están contratados y reciben una remuneración, tal y como explica el director de la prisión de Albolote, Miguel Ángel de la Cruz. Por otra parte se

encuentra la formación, tanto la profesional reglada (con títulos de grado medio o superior) como los cursos especializados, por ejemplo, el de panadería, jardinería, carpintería, cocina o

peluquería. Todo esto sin olvidar la educación Primaria, Secundaria, Bachillerato y los grados universitarios. Para aquellos internos que los completan con éxito, existe la posibilidad de

ser contratados dentro de la misma institución penitenciaria. Por ejemplo, los que realizan el curso de panadería tienen la oportunidad de trabajar en el horno, o los del de albañilería

pueden realizar tareas de construcción. Esta modalidad permite a los internos obtener una remuneración económica y contribuye al bienestar general del centro, pues todas estas labores de

mantenimiento son esenciales para su funcionamiento diario. MÓDULO TERAPEÚTICO Además de las salidas laborales, los internos lo afrontan como una vía de escape, una manera de aprender algo

nuevo y aprovechar el tiempo en prisión. El curso de jardinería ha sido una novedad este año. Finaliza la próxima semana y está destinado a los internos del módulo terapéutico, es decir,

aquellos que presentan problemas psíquicos. Es el caso de Francisco Javier, que a pesar de haber trabajado en el mundo del automóvil antes de entrar en prisión, ahora le apasiona este nuevo

ámbito y ve en él un camino prometedor para el futuro. «Ayuda a entretenerte, es importante que uno no esté pensando en el módulo», cuenta el preso, al que aún le queda un lustro por delante

entre rejas. Por su parte, Damián, que había trabajado como conductor de VTC antes de su ingreso, también ha encontrado en la jardinería una vía de reinserción y una forma de mantenerse

ocupado y centrado. «Me ayuda en absolutamente todo, porque vengo del módulo de salud mental y agradezco muchísimo no pensar todo el tiempo en la condena y en dónde estamos», confirma el

joven, que lleva dos años en Albolote y aún le quedan otros seis. Ya tiene en su haber el curso de carretillero y quiere seguir sumando más. Otro testimonio es el de Juan Manuel, un interno

que lleva casi cuatro años cumpliendo condena y saldrá en libertad el próximo mes de julio. Reconoce que este tipo de actividades son esenciales para mantener el equilibrio emocional:

«Aprendemos a clasificar las plantas, a saber cuál es su procedencia, a replantear un paisaje… En Andalucía hay trabajo de esto y creo que se puede ganar un buen dinero», admite convencido.

Además del aspecto formativo, Juan Manuel valora profundamente el cambio interior que ha experimentado: «Aquí se aprende también disciplina. Al principio cuesta, porque vienes con la cabeza

en otro sitio, pero con las terapias y los cursos te vas centrando. Eso te hace madurar. Sales siendo otra persona». Tiene el 13 de julio marcado en el calendario. Será el día que, por fin,

saldrá de un lugar al que tiene claro que no volverá a entrar. «Quiero irme con mis hijos y mis nietos a la playa y pegarnos una buena comilona». Le quedan 51 días para saborear la libertad.

PANADERÍA En el interior de uno de los edificios hay una actividad especialmente frenética. Una decena de aprendices mejoran sus dotes culinarias en una cocina. Sobre la mesa colocan sus

últimas creaciones. Bollos de aceite, bolas de coco, magdalenas, dos tartas. El director de la cárcel les felicita, mientras que el profesor del curso, Alfonso, les recuerda que les queda

mucho por mejorar. El curso de panadería es, hasta finales de julio, su mayor aliciente. Israel es uno de los alumnos. Lleva un año y medio en prisión, un sitio en el que «los días son todos

iguales, como el día de la marmota». «Te levantas y haces siempre lo mismo, así que este tipo de actividades rompe esa rutina. Me ilusiona venir, cuando llega el fin de semana lo echo de

menos», confiesa. Israel, que trabajaba en la construcción, valora el compañerismo que surge en estas experiencias compartidas: «Nos conocemos todos y se crean buenas relaciones». A su lado,

Gari se baja la mascarilla y sonríe. Su condena es larga; lleva seis años y medio y le quedan ocho. Le ha costado, pero asegura que por fin «se ha centrado». «Este curso me quita de estar

en el patio», admite. Ellos son los presos que preparan tartas y adecentan jardines, no solo para formarse, sino también para escapar mentalmente del lugar donde estarán encerrados durante

años. Comenta Reporta un error Límite de sesiones alcanzadas El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados

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