Relatos de personas que presenciaron hechos históricos

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Relatos de personas que presenciaron hechos históricos"


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‘HE VISTO LA TIERRA PROMETIDA’ _Clara Jean Ester, 74, una organizadora comunitaria, habla de los últimos momentos de la vida de Martin Luther King Jr._ La iglesia estaba repleta. Había


personas de pie en los pasillos del templo Mason. Martin Luther King Jr. estaba en Memphis, pero había una alerta de tornado y le habían aconsejado que se quedara en el Lorraine Motel. Ralph


Abernathy sería el orador esa noche. ¡Había tanta gente! Alguien llamó al Dr. King y le dijo: “Estas personas no han venido a escuchar a Ralph. Vinieron a escucharlo a usted. Debe vestirse


y venir hasta aquí”. Yo estaba en el penúltimo año de estudios en LaMoyne College en Memphis y participaba muy activamente en el movimiento. En ese momento había una huelga de basureros, y


el Dr. King había venido a liderar una protesta no violenta en apoyo de los trabajadores. Cuando fue a hablar al templo Mason esa noche, el 3 de abril de 1968, yo estaba allí. Nadie podía


saber que ese sería el último discurso que pronunciaría. Comenzó a hablar sobre la historia de su vida. En retrospectiva, fue como si estuviera haciendo su propio panegírico. Dijo que sabía


que había habido amenazas contra su vida, pero que eso no importaba. “Porque he llegado a la cima de la montaña”, dijo, “y he visto la tierra prometida. Puede que no llegue allí con ustedes.


Pero quiero que sepan esta noche que nosotros, como pueblo, llegaremos a la tierra prometida”. La sensación en la iglesia cuando pronunció esas palabras fue indescriptible. Al día


siguiente, el Dr. King almorzó bagre en el Lorraine Motel, y el compañero organizador James Orange dijo que el bagre estaba tan bueno que quería invitar a todos. Yo estaba en el templo


Clayborn. Con el auto lleno de personas, fui hasta el Lorraine Motel. Al llegar, nos dirigimos a la entrada del vestíbulo. El Dr. King salió de su habitación (a un balcón justo encima de


nosotros), y yo podía ver que estaba hablando con algunas personas y sonriendo. Alguien le dijo que volviera a entrar y buscara un abrigo porque a la noche iba a refrescar. Él se dio vuelta,


pero Ralph Abernathy lo detuvo y dijo que él buscaría el abrigo. De repente, oí lo que parecía la explosión del tubo de escape de un camión y gente que gritaba: “¡Al suelo! ¡Al suelo!”.


Subí corriendo las escaleras. El Dr. King yacía de espaldas. Traté de tomarle la muñeca para sentir el pulso. Yo estaba del lado de la herida. El Dr. King estaba perdiendo mucha sangre.


Podía ver que su pecho se elevaba, y pensé que esa era una buena señal. Todavía está vivo. Sus ojos estaban abiertos y miraban hacia arriba. Yo no podía pensar más que en su discurso de la


noche anterior, cuando había dicho: “Puede que no llegue allí con ustedes”. Pronto llegó la policía y la ambulancia con la camilla. La policía no nos dejó irnos, y mientras yo esperaba allí


nos llegó la noticia de que el Dr. King había muerto. No hablé sobre eso durante mucho tiempo. Nunca volví al Lorraine Motel hasta que se convirtió en museo. Reconstruí mi vida y seguí


adelante. Cada año, honro a Martin Luther King Jr. en el día se su cumpleaños porque él fue un regalo de Dios. Cada 4 de abril, lo lloro, porque nos arrebataron ese regalo. Los fanáticos


reaccionan a la explosión histórica de Bobby Thomson. ARCHIVO BETTMANN/GETTY IMÁGENES ‘¡LOS GIANTS GANAN EL BANDERÍN!’ _George Hirsch, 87, editor fundador de la revista New York y presidente


de New York Road Runners, habla del máximo jonrón en béisbol._ El 3 de octubre de 1951, mis amigos y yo —un grupo de jóvenes de 17 años— estábamos sentados en el aula en New Rochelle High


School, al norte de la ciudad de Nueva York, aburridos y frustrados. Esa tarde, en el estadio Polo Grounds de Manhattan, los Dodgers de Brooklyn se enfrentaban con los Giants de Nueva York


en un partido que decidiría el banderín de la Liga Nacional. Es imposible exagerar la importancia que tenía el béisbol en esa época en la cultura de Estados Unidos. Ni cuán importante era


para nosotros. Mis amigos y yo tuvimos una gran idea. ¿Qué estamos haciendo aquí en clase? ¡Salgamos a la calle! Nos escapamos de la escuela y nos dirigimos al estadio de béisbol. Nueva York


era el centro del universo del béisbol. Durante toda la temporada, los Dodgers habían mantenido un liderazgo sólido sobre los Giants. Pero los Giants salvaron la temporada con una serie de


16 victorias. Increíblemente, la temporada regular terminó en un empate. Yo era fanático de los Dodgers, y sus jugadores eran mis héroes: Jackie Robinson, Duke Snider, Gil Hodges, Carl


Furillo. Hicimos fila durante dos horas para comprar los boletos, que costaron $2 cada uno. El partido estaba tan parejo que los más de 34,000 espectadores contenían el aliento en cada


lanzamiento. Pero en la octava entrada, Sal Maglie, el lanzador de los Giants, empezó a fallar, lo que permitió que los Dodgers se pusieran a la cabeza 4 a 1. Debo admitir que celebré


prematuramente. Al final de la novena entrada, los Giants marcaron una carrera y tenían dos hombres en la base cuando Bobby Thomson entró a batear. El bateador siguiente era Willie Mays, el


novato de 20 años cuyo nombre después le daría yo a mi hijo. Los Dodgers hicieron ingresar a Ralph Branca para reemplazar a Don “Newk” Newcombe, quien había estado en el partido desde el


principio. El primer lanzamiento de Branca fue una bola rápida por el centro. Thomson no se movió. Eran las 3:58 p.m. En su novela Underworld, Don DeLillo describe el siguiente lanzamiento


de Branca: “No es un buen lanzamiento para golpear, hacia arriba y adentro, pero Thomson hace un swing y golpea la pelota como si su bate fuera un hacha de guerra, y todos, todos miran”.  


“Lo único que recuerdo es la absoluta sorpresa”, cuenta mi amigo Steve Goddard, que estaba sentado junto a mí en ese momento. “Y entonces, comencé a llorar”. Mi amigo Buster Grossman,


también sentado a mi lado junto con Greg Dillon, otro amigo, recuerda escuchar de una radio cercana el ahora famoso estribillo del locutor Russ Hodges: “¡Los Giants ganan el banderín! ¡Los


Giants ganan el banderín! ¡Los Giants ganan el banderín!”. Todos observamos con admiración a Thomson, que recorrió las bases saltando. Ese día salí del Polo Grounds con la sensación de que


me había alcanzado un rayo. Desde entonces, el jonrón de Bobby Thomson se ha conocido como el golpe que se oyó alrededor del mundo. Hoy, más de 70 años después, todavía soy amigo de los tres


muchachos con quienes fui a ver el partido. Mi esposa, Shay, ya fallecida, me dio una foto autografiada de Thomson y del lanzador Branca, que está colgada en mi oficina. Me acuerdo de esa


noche, cuando volví a casa después del partido. “Algún día lo superarás”, dijo mi padre. Sí, a lo mejor algún día lo haga. JEAN-LOUIS ATLAN/SYGMA VIA GETTY IMAGES ESTE ES EL GRAN DESASTRE


_Gary Shigenaka, 68, científico emérito de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), habla del derrame del Exxon Valdez._ El 24 de marzo de 1989 estaba trabajando en las


oficinas de la NOAA en Seattle cuando escuché una conmoción en el pasillo. Integrantes de la División de Respuesta a Sustancias Peligrosas se movían con rapidez y algo de pánico, y escuché


que el jefe del grupo decía: “Este es el gran desastre”. Ahí fue cuando me enteré de que el superpetrolero Exxon Valdez había encallado frente a la costa de Alaska. Los miembros del equipo


de sustancias peligrosas fueron despachados como primeros intervinientes, y mi grupo de investigación científica los siguió enseguida. El Gobierno federal no es famoso por moverse con


rapidez, pero en un tiempo increíblemente corto, la NOAA tomó un viejo barco de inspección hidrográfica que estaba fuera de uso, el Fairweather, equipado para recolectar información para


cartas náuticas, y lo convirtió en una embarcación de investigación científica. En mayo volé desde Seattle para reunirme con el barco en Cordova, Alaska, y allí comenzó nuestra misión. La


primera vez que comprendí la magnitud de esta catástrofe fue al ver al Exxon Valdez, que había sido transportado desde Bligh Reef, donde había encallado, hasta un punto de anclaje frente a


Naked Island. El barco medía más de tres canchas de fútbol americano. En esta impoluta masa de agua se habían derramado once millones de galones de petróleo crudo. Al mirar la costa del


estrecho Prince William uno se preguntaba cómo podría recuperarse esa naturaleza alguna vez. Mi equipo comenzó su trabajo, desplazándose por la bahía en una lancha y recogiendo muestras de


agua y peces. Al principio de nuestra tarea en 1989, los integrantes del equipo a bordo del Exxon Valdez observaron que bancos de peces entraban a un espacio de carga que alguna vez había


contenido petróleo, pero que se había abierto. Yo fui parte del grupo que subió a bordo del barco para capturar estos peces y estudiarlos. Una de las cosas más importantes que descubrimos


fue que nuestros métodos de limpieza no estaban dando el resultado que habíamos esperado. Necesitábamos investigación científica, y comencé un programa para estudiar cómo se recuperaban las


costas, no solo de la exposición al petróleo, sino también de las medidas que habíamos tomado para remediarlo. Es por eso que, en efecto, el Exxon Valdez marcó la dirección de mi carrera


durante los 20 años siguientes, cuando me dediqué a estudiar cómo podíamos responder mejor a los derrames en hábitats naturales. Esas investigaciones —no solo mías, sino también de muchos


otros— cambiaron la manera en que los primeros intervinientes hacen su labor. Tengo una colección de recuerdos del Exxon Valdez, incluidas las copas que se usaron durante el bautismo de la


nave, que tienen grabada la leyenda “Exxon Valdez, September 20, 1986” y un frasco de petróleo crudo recogido en una playa de Alaska. Cuando miro hacia atrás, me asombra ver cuánto se ha


recuperado el ecosistema de Alaska. Quien vaya ahora y recorra en kayak las costas del estrecho Prince William no hallará ningún indicio de que allí ocurrió esta catástrofe. La resiliencia


del mundo natural continúa siendo mi inspiración. _A.J. Baime escribe para The Wall Street Journal. Autor de siete libros, su obra más reciente es White Lies: The Double Life of Walter F.


White and America’s Darkest Secret._


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