Guayomení

Tomarnos Eurovisión en serio es lo que nos faltaba. Vivimos una vertiginosa sucesión de graves acontecimientos y en un plis plas hemos pasado de parafrasear a Machado («el apagón ha venido/

nadie sabe cómo ha sido») a demandar urgentes auditorías del voto popular. ¡Pero si hasta Guayomení, la evocadora Guayomení de nuestra infancia, sacó cero puntos! No sé si Netanyahu ha

movilizado a sus tropas eurovisivas, pero quienes tenemos una confianza muy relativa en el ser humano sabemos que la gente con un teléfono y un mando a distancia es muy puñetera y necesita

pocas ayudas para liarla. Ni siquiera hace falta enviar a Suiza escuadrones del Mosad entrenados en la canción ligera. ¡Ojalá se dedicaran a eso y dejaran de masacrar a los gazatíes! La

democracia tiene sus peligros. Una vez, en una histórica ciudad de mi región, se abrió una votación popular para bautizar una plaza. Aunque no hubo noticias de injerencias rusas o israelíes

en el proceso, casi gana Daniel, un chaval, futbolista de Regional, al que su cuadrilla quiso gastarle una broma. Visto el percal, el otro finalista, un venerable y respetado sabio, pionero

de la enología, decidió retirarse de la competición y dejó el campo expedito para que un popular vecino, apodado El Feo, en apretada disputa con Daniel, acabase triunfando por estrechísimo

margen. Si los austriacos nos dejan, propongo celebrar la próxima gala de Eurovisión en la plaza de El Feo (Haro). Sería un bonito escenario para que Chanel, vestida de lentejuelas, cantara

las virtudes del televoto mientras un Netanyahu enloquecido manda millones de SMS y los nostálgicos apretamos con rabia el botón de Guayomení.